Esta parte comienza propiamente con la salida Infierno a través de la natural burella. Dante y Virgilio llegan así al hemisferio sur
terrestre (que se creía por completo bajo las aguas), donde en medio de
las aguas se halla la montaña del Purgatorio, creada con la tierra
utilizada para crear el abismo del Infierno, cuando Lucifer fue expulsado del Paraíso tras rebelarse contra Dios. Tras salir del túnel llegan a una playa, donde encuentran a Catón el Joven,
que se desempeña como guardián del Purgatorio. Teniendo que emprender
el ascenso de la empinada montaña, que resulta imposible escalar, es tan
empinada que Dante tiene que preguntar a algunas almas cuál es el
pasaje más cercano; pertenecen al grupo de los negligentes, los muertos
en estado de excomunión, que viven en el Ante-purgatorio. Un personaje notable de este lugar es Manfredo de Sicilia.
Junto a los que por pereza tardaron en arrepentirse, los muertos
violentamente y a los principios negligentes, de hecho, esperan el
tiempo de purificación necesario para poder acceder al Purgatorio
propiamente dicho. En la entrada del valle donde se encuentran los
principios negligentes, Dante, siguiendo las indicaciones de Virgilio,
pide indicaciones a un alma que resulta ser el guardián del valle, un
compatriota de Virgilio, Sordello, que será su guía hasta la puerta del Purgatorio.
Tras llegar al final del Antepurgatorio,
tras un valle florecido, los dos cruzan la puerta del Purgatorio, que
custodia un ángel con una espada de fuego, que parece tener vida propia.
Está precedido por tres jardines, el primero de mármol blanco, el segundo de una piedra oscura y el tercero y último de pórfido rojo. El ángel, sentado en el solio de diamante y apoyando los pies en el escalón rojo, marca siete "p" en la frente de Dante y abre la puerta con dos llaves, una de plata y otra de oro, que San Pedro le dio, y los dos poetas se adentran en el segundo reino.
El Purgatorio se divide en siete cornisas, donde las almas expían sus
pecados para purificarse antes de entrar al Paraíso. Al contrario del
Infierno, donde los pecados se agravan a medida que se avanza en los
círculos, en el Purgatorio la base de la montaña, es decir la cornisa I,
alberga a quienes padecen las culpas más graves, mientras que en la
cumbre, cerca del Edén,
se encuentran los pecadores menos culpables. Las almas no son
castigadas para siempre, ni por una sola culpa, como en el primer reino,
pero expían una pena equivalente a los pecados durante la vida.
En la primera cornisa, Dante y Virgilio encuentran a los orgullosos,
en la segunda a los envidiosos, en la tercera a los iracundos, en la
cuarta a los perezosos, en la quinta a los avaros y a los pródigos. En
esta encuentran el alma de Cecilio Estacio tras un terremoto y un canto Gloria in excelsis Deo.
En vida este personaje fue en exceso pródigo. Tras años de expiación
siente el deseo de guiarlos hasta la cumbre, a través de la sexta
cornisa, donde expían sus culpas los golosos, que lucen delgadísimos, y
la séptima, donde se encuentran los lujuriosos, envueltos en llamas.
Dante recuerda que Estacio se convirtió gracias a Virgilio y a sus
obras, en particular la Eneida y las Bucólicas,
que le mostraron la importancia de la fe cristiana y el error de su
vicio. En ese sentido, Virgilio lo iluminó permaneciendo él en la
oscuridad. Virgilio fue un profeta sin saberlo, pues llevó a Estacio a
la fe pero él, pudiendo tan solo entreverla, no pudo salvarse, y deberá
habitar hasta la eternidad en el Limbo. En la séptima cornisa, los tres
tienen que atravesar un muro de fuego, tras la cual hay una escalera,
por la que se entra al Paraíso terrestre. Dante se muestra asustado y es
confortado por Virgilio. Allí, donde vivieron Adán y Eva
prima del pecado, Virgilio y Dante tienen que despedirse, porque el
poeta latino no es digno de conducirlo en el Paraíso. Pero Beatriz sí.
Aquí Dante se encuentra con Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta, precedente al pecado original, que le muestra los dos ríos, Lete, que hace olvidar los pecados, y Eunoe,
que devuelve la memoria del bien realizado, y se ofrece a reunirlo con
Beatriz, que pronto llegará. Beatriz le llama severamente la atención a
Dante y después le propone verla sin el velo. El poeta, por su parte,
busca a su maestro Virgilio, que ya no se encuentra con él. Tras beber
las aguas del Lete y del Eunoe, que hacen olvidar las cosas malas y
recordar las buenas, el poeta sigue a Beatriz hacia el tercer y último
reino, el del Paraíso.
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