La Divina Comedia, obra escrita por Dante Alighieri. Libro más famoso de su autor, es una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval (teocentrista) al renacentista (antropocentrista). Es considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la literatura universal.
Movimiento o escuela literaria: Medieval o
época edad media
Género literario:
Épico
Especie literaria: Poema
sacro
Estructura: La Divina Comedia es
un poema alegórico estructurado en un total
de 100 cantos, todos ellos escritos con la misma
regla métrica, tercetos endecasílabos, y
con un cuidado considerable por la forma y la estructura.
Lenguaje-estilo: La lengua empleada fue
el "vulgar", no el latín, más adecuado para una
tragedia según las reglas clásicas.
Cada una de sus partes, o cánticas (Infierno, Purgatorio y Paraíso), está dividida en cantos, a su vez compuestos de tercetos.
El
poema se ordena en función del simbolismo del número tres, que evoca la
Trinidad Sagrada, el Padre, el Hijo y Espiritu Santp, el equilibrio y
la estabilidad, y el triángulo. El poema cuenta con tres personajes
principales, Dante, que personifica a la humanidad, Beatriz, que
personifica la Fe, y Virgilio, que hace otro tanto con la razón. La
estrofa por su parte está compuesta por tres versos, y cada una de las
cánticas cuenta con treinta y tres cantos, excepto el Infierno que tiene treinta y cuatro, de manera que la obra completa se compone de cien cantos. Se usa un tipo de rima original, la "terza rima"
La primera parte narra el descenso del autor al Infierno, acompañado por el poeta latino Virgilio, autor de la Eneida, a quien Dante admiraba. Acompañado por su maestro y guía, describe al infierno
que tenía una forma de un cono con la punta hacia abajo y los nueve
círculos que poseía en los que los condenados son sometidos a castigo,
según la gravedad de los pecados cometidos en vida, en el último círculo
"judesco", Dante describe que había una especie de palacio en el cual
se hallaban los que traicionaban a sus bienhechores y allí se encontraba
Lucifer. Él lo describe como un demonio de tres cabezas y dentro de la boca de la principal se hallaba Judas, al cual mordía con sus filosos colmillos como un juguete, mientras este gritaba de dolor.
Dante encuentra en el Infierno a muchos personajes antiguos, pero
también de su época, y cada uno de ellos narra su historia brevemente a
cambio de que Dante prometa mantener vivo su recuerdo en el mundo; cada
castigo se ajusta a la naturaleza de su falta y se repite eternamente.
Es particularmente recordada la historia de Paolo y Francesca, amantes adúlteros que se conocieron al leer en el libro de Lanzarote, los amores de la reina Ginebra
y esta persona, que fue motivo de inspiración y homenaje por poetas
románticos y contemporáneos, así como la historia del conde Ugolino da Pisa, el último viaje de Ulises,
tránsito por el bosque de los suicidas, la travesía del desierto donde
llueve el fuego y la llanura de hielo de los traidores, estos últimos,
considerados los peores pecadores entre todos.
Esta parte comienza propiamente con la salida Infierno a través de la natural burella. Dante y Virgilio llegan así al hemisferio sur
terrestre (que se creía por completo bajo las aguas), donde en medio de
las aguas se halla la montaña del Purgatorio, creada con la tierra
utilizada para crear el abismo del Infierno, cuando Lucifer fue expulsado del Paraíso tras rebelarse contra Dios. Tras salir del túnel llegan a una playa, donde encuentran a Catón el Joven,
que se desempeña como guardián del Purgatorio. Teniendo que emprender
el ascenso de la empinada montaña, que resulta imposible escalar, es tan
empinada que Dante tiene que preguntar a algunas almas cuál es el
pasaje más cercano; pertenecen al grupo de los negligentes, los muertos
en estado de excomunión, que viven en el Ante-purgatorio. Un personaje notable de este lugar es Manfredo de Sicilia.
Junto a los que por pereza tardaron en arrepentirse, los muertos
violentamente y a los principios negligentes, de hecho, esperan el
tiempo de purificación necesario para poder acceder al Purgatorio
propiamente dicho. En la entrada del valle donde se encuentran los
principios negligentes, Dante, siguiendo las indicaciones de Virgilio,
pide indicaciones a un alma que resulta ser el guardián del valle, un
compatriota de Virgilio, Sordello, que será su guía hasta la puerta del Purgatorio.
Tras llegar al final del Antepurgatorio,
tras un valle florecido, los dos cruzan la puerta del Purgatorio, que
custodia un ángel con una espada de fuego, que parece tener vida propia.
Está precedido por tres jardines, el primero de mármol blanco, el segundo de una piedra oscura y el tercero y último de pórfido rojo. El ángel, sentado en el solio de diamante y apoyando los pies en el escalón rojo, marca siete "p" en la frente de Dante y abre la puerta con dos llaves, una de plata y otra de oro, que San Pedro le dio, y los dos poetas se adentran en el segundo reino.
El Purgatorio se divide en siete cornisas, donde las almas expían sus
pecados para purificarse antes de entrar al Paraíso. Al contrario del
Infierno, donde los pecados se agravan a medida que se avanza en los
círculos, en el Purgatorio la base de la montaña, es decir la cornisa I,
alberga a quienes padecen las culpas más graves, mientras que en la
cumbre, cerca del Edén,
se encuentran los pecadores menos culpables. Las almas no son
castigadas para siempre, ni por una sola culpa, como en el primer reino,
pero expían una pena equivalente a los pecados durante la vida.
En la primera cornisa, Dante y Virgilio encuentran a los orgullosos,
en la segunda a los envidiosos, en la tercera a los iracundos, en la
cuarta a los perezosos, en la quinta a los avaros y a los pródigos. En
esta encuentran el alma de Cecilio Estacio tras un terremoto y un canto Gloria in excelsis Deo.
En vida este personaje fue en exceso pródigo. Tras años de expiación
siente el deseo de guiarlos hasta la cumbre, a través de la sexta
cornisa, donde expían sus culpas los golosos, que lucen delgadísimos, y
la séptima, donde se encuentran los lujuriosos, envueltos en llamas.
Dante recuerda que Estacio se convirtió gracias a Virgilio y a sus
obras, en particular la Eneida y las Bucólicas,
que le mostraron la importancia de la fe cristiana y el error de su
vicio. En ese sentido, Virgilio lo iluminó permaneciendo él en la
oscuridad. Virgilio fue un profeta sin saberlo, pues llevó a Estacio a
la fe pero él, pudiendo tan solo entreverla, no pudo salvarse, y deberá
habitar hasta la eternidad en el Limbo. En la séptima cornisa, los tres
tienen que atravesar un muro de fuego, tras la cual hay una escalera,
por la que se entra al Paraíso terrestre. Dante se muestra asustado y es
confortado por Virgilio. Allí, donde vivieron Adán y Eva
prima del pecado, Virgilio y Dante tienen que despedirse, porque el
poeta latino no es digno de conducirlo en el Paraíso. Pero Beatriz sí.
Aquí Dante se encuentra con Santa Matilde, la personificación de la felicidad perfecta, precedente al pecado original, que le muestra los dos ríos, Lete, que hace olvidar los pecados, y Eunoe,
que devuelve la memoria del bien realizado, y se ofrece a reunirlo con
Beatriz, que pronto llegará. Beatriz le llama severamente la atención a
Dante y después le propone verla sin el velo. El poeta, por su parte,
busca a su maestro Virgilio, que ya no se encuentra con él. Tras beber
las aguas del Lete y del Eunoe, que hacen olvidar las cosas malas y
recordar las buenas, el poeta sigue a Beatriz hacia el tercer y último
reino, el del Paraíso.
Libre
de todo pecado, Dante puede ascender al Paraíso, lo que hace junto a Beatriz en
condiciones que desafían las leyes físicas, encadenando milagros, lo cual es más bien natural dado
el lugar en el cual se desarrolla el poema. Dentro del recorrido será de hecho
de gran importancia que el nombre de Beatriz signifique "dadora de
felicidad" y "beatificadora", pues en esta sección de la Comedia
ella releva a Virgilio en la función de guía. En efecto, a través de este
personaje, el autor expresa en los treinta y tres cantos de la sección varios
razonamientos teológicos y filosóficos de gran sutileza.
Sin
embargo, el poeta expresa desde un principio la gran dificultad que significa
transmitir el recorrido emocional y físico de trashumanar, es decir ir
más allá de las condiciones de la vida terrena. Sin embargo, confía en el apoyo
del Espíritu Santo
(el buen Apolo) y en el hecho de que pese a sus
falencias, su esfuerzo descriptivo será emulado y continuado por otros (canto
I, 34). En la introducción del canto II, el autor reitera que para entender las
alegorías de la obra es indispensable
tener de antemano muy amplios conocimientos en las materias que se van a tratar
(II, 1-15).
El
Paraíso está compuesto por nueve círculos concéntricos, en cuyo centro se
encuentra la tierra. En cada uno de estos cielos, en donde se encuentra
cada uno de los planetas, se encuentran los beatos, más cercanos a Dios en
función de su grado de beatitud. Pero las almas del Paraíso no están mejor unas
que otras, y ninguna desea encontrarse en mejores condiciones que las que le
corresponden, pues la caridad no permite desear más que lo que se tiene (II,
70-87). De hecho, a cada alma al nacer Dios le dio cierta cantidad de gracia
según criterios insondables, en función de los cuales gozan aquellas de los diferentes
grados de beatitud. Antes de llegar al primer cielo el poeta y Beatriz
atraviesan la Esfera de fuego.
En el
primer cielo, que es el de la Luna, se encuentran
quienes no cumplieron con sus promesas (Angeli), como la madre de Federico
II, Constanza I de
Sicilia. En el segundo, el de Mercurio,
residen quienes hicieron el bien para obtener gloria y fama, pero no
dirigiéndose al bien divino (Arcangeli). En el tercero, de Venus, se encuentran las almas de los
"espíritus amantes" (Principati). En el cuarto, del Sol, los "espíritus sabios" (Potestà). En el
quinto, de Marte,
los "espíritus militantes" de los combatientes por la fe (Virtù).
En el sexto, de Júpiter,
los "espíritus gobernantes justos" (Dominazioni).
En el
séptimo cielo, de Saturno,
de los "espíritus contemplativos" (Troni), Beatriz deja de
sonreír, como lo había hecho hasta entonces. Desde ese punto en adelante su
sonrisa desaparece, pues por la cercanía de Dios su luminosidad resultaría
imposible de contemplar. En este último cielo residen los "espíritus
contemplativos". Desde allí Beatriz eleva a Dante hasta el cielo del lasestrellas fijas, donde no están más
repartidos los beatos,sino las "almas triunfantes", que cantan en
honor a Cristo y María, a quien Dante alcanza a ver. Desde ese cielo, además,
el poeta observa el mundo debajo de sí, los siete planetas, sus movimientos, y
la Tierra, muy pequeña e insignificante en comparación con la grandeza de Dios
(Cherubini). Antes de continuar Dante debe sostener una especie de
"examen" de Fe, Esperanza, Caridad, por parte de tres profesores
particulares: San Pedro, Santiago y San Juan.
Por lo tanto, después de un último vistazo al planeta, Dante y Beatriz
ascendieron al cielo, el Primo Mobile o Cristallino, el cielo más
externo, origen del movimiento y del tiempo universal (Serafini).
En
este lugar, tras levantar la mirada, Dante ve un punto muy luminoso, rodeado
por nueve círculos de fuego, girando alrededor de ella; el punto, explica
Beatriz, es Dios, y a su alrededor se mueven los nueve coros angelicales,
divididos por cantidad de virtud. Superado el último cielo, los dos ascienden a
el Empíreo, donde se encuentra la "rosa de los beatos", una estructura en forma de anfiteatro, en el cual, sobre la grada más alta está la Virgen María. Aquí, en la inmensa multitud de los beatos, están los más grandes de los santos y las figuras más importantes de la Biblia, como San Agustín, San Benito de Nursia, San Francisco, y también Eva, Raquel, Sara y Rebeca.
Desde
aquí Dante observa finalmente la luz de Dios, gracias a la intervención de María a
la cual San Bernardo
(guía de Dante de la última parte del viaje) había pedido ayuda para que Dante
pudiese ver a Dios y sostener la visión de lo divino, penetrándola con la
mirada hasta que se une con él, y viendo así la perfecta unión de toda la
realidad, la explicación de toda la grandeza. En el punto más central de esa
gran luz Dante ve tres círculos, las tres personas de la Trinidad,
el segundo del cual tiene imagen humana, signo de la naturaleza humana, y
divina al mismo tiempo, de Cristo. Cuando trata de penetrar aún más el misterio
su intelecto flaquea, pero en un excessus mentis su alma es tomada por la iluminación, la armonía que se da la visión de Dios,
en el canto XXXIII (145), del amor que mueve el sol y las otras estrellas (L'amor
che move el sole e l'altre stelle). Por la grandiosa luz del último cielo,
Dante queda ofuscado, concluyendo así la Divina Comedia.